
Las ciudades de Europa que representamos son agrupaciones de pueblos anteriores a las naciones, muchas de ellas incluso anteriores al cristianismo, como Atenas, Roma, Valencia, Zaragoza, Barcelona, Málaga, Palermo, Nápoles, Mitilene (Lesbos), y Lampedusa. Algunas de tales ciudades han sabido crear modos de convivencia y acogida que hoy son modelos de imitar. Atenas, por ejemplo, está en el origen de la democracia moderna; Florencia en la abolición de la pena de muerte. Europa en general, después del mensaje de Cristo, significa también reconocimiento de la dignidad humana de cada persona, de su libertad y de la paz como bien supremo.
Por ello, para penetrar en nuestras obligaciones respecto de los refugiados, debemos tener memoria de las maneras en que nos hemos sabido organizar en ciudades y luego en naciones durante el curso de la historia. Las grandes ciudades de Europa - como también luego las de Américas y Asia - que ahora se enfrentan a la mayor crisis de desplazados desde la Segunda Guerra Mundial, deben hoy como ayer reunirse en la buena fe, la confianza y la esperanza, en la amistad, concordia y justicia, estrechando brazos de humanidad, integración y solidaridad.
Esta conciencia europea presente en los representantes de sus ciudades, nos lleva a pensar en la necesidad de crear una red de alcaldes capaces de concebir ciudades acogedoras, refugios, que sepan organizar corredores humanitarios europeos, seguros y regulares -reconocidos por la comunidad internacional-, y practicas solidarias. Los Alcaldes, así más empoderados, podremos ejercer mejor nuestras responsabilidades en una más armónica articulación con las instancias de gobierno regionales, nacionales e internacionales.
La nueva red debe estar centrada en el encuentro humano y basada en una visión animada de la interculturalidad, con una participación activa de la sociedad civil - incluido el tercer sector-, y de las tradiciones religiosas, donde debe primar el actuar en la defensa y promoción de la
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