Alejandra Acosta | Spain

La trata de personas no será erradicada hasta que no creemos comunidades y grupos más solidarios y orientados a las personas

Buenas tardes a todas y a todos. Antes de empezar, me gustaría darle las gracias a la organización de este simposio por trabajar incansablemente año tras año para dar voz a tantos jóvenes y permitirnos sentirnos parte el cambio. Me siento muy honrada de estar aquí con vosotros hoy.

Mi nombre es Alejandra Acosta, soy trabajadora social y llevo 3 años trabajando para que España, cambie su mentalidad en cuanto al problema de la explotación sexual. Cuando con 18 años fui consciente por primera vez de esta realidad en mi ciudad, me di cuenta de que tenía tres armas muy poderosas para luchar contra la trata de personas en mi entorno: conocimiento del problema, tiempo y la misma edad que muchos de los hombres que compran sexo por primera vez en mi país. Fue así como cree un proyecto para educar sobre explotación sexual en institutos y universidades con el fin de intentar prevenir a aquellos jóvenes que con 18 años estaban comprando vidas sin entender que aquellas mujeres que prestaban servicios sexuales estaban siendo esclavizadas. Después de un par de años trabajando en diferentes centros educativos, entendí que hablar de esclavitud sexual no era suficiente. Entendí que la prostitución solo era una consecuencia de la violencia que sufrimos las mujeres en una estructura social influida por el patriarcado…y por tanto la clave era trabajar con nuestros pequeños y pequeñas en los colegios, enseñándoles que las relaciones entre mujeres y hombres no se compran ni se venden y que debemos empezar a cuidar de nuestro prójimo entendiendo que es una persona que merece ser tratada con dignidad, independientemente de su sexo, origen o religión. A través de estos dos proyectos, estaba empezando a generar diálogos con los niños y jóvenes en sus escuelas y universidades, y esto me hizo ver una vez más que sensibilizar en un par de escuelas no era suficiente. No podía hablar de abolir la esclavitud si no les daba a los más jóvenes mecanismos para combatirla conmigo. No podía hablar de equidad de género en las universidades, sabiendo que cuando salieran al mundo laboral, estos estudiantes se iban a encontrar con una brecha salarial gigante entre hombres y mujeres que realizaban el mismo trabajo. Esta experiencia, me dio una clave fundamental para luchar mejor por los derechos de las mujeres en general y en especial por los de las mujeres prostituidas: sólo educando y legislando paralelamente puedo lograr un cambio social real. Esto no significa que sea la ley el único instrumento para cambiar las cosas…pero sí significa, que una comunidad que pone la educación y la ley a su servicio puede cambiar las cosas. No obstante, este proceso de juntar personas, instituciones y leyes para crear cambio social no es sencillo y por eso me gustaría compartir con vosotros el aprendizaje que ha supuesto para mí y mis compañeras de proyecto, facilitar comunidades que luchen por los derechos de las mujeres en mi país y los retos que enfrentamos en España para poder cambiar la situación de miles de mujeres prostituidas en nuestras calles.

A través de los proyectos que hemos desarrollado en mi ciudad, he entendido el valor que tienen las comunidades locales para cambiar situaciones que les afectan, ya que nadie conoce mejor la problemática que sufren que aquellos que forman parte del grupo afectado. Es por ello, que mi visión a la hora de educar a grupos de jóvenes sobre prostitución va orientada a hacer que los propios jóvenes que reciben mis talleres sean quienes planteen preguntas y soluciones al problema de la trata. Aunque en muchos de estos centros educativos la carencia de información sobre este problema es alta, mi labor como educadora sólo es poner herramientas encima de la mesa y generar espacio para que sean los jóvenes quienes empiecen diálogos e iniciativas para cambiar las cosas. Esta participación activa de los jóvenes es lo que genera primero compromiso, después comunidad y finalmente un cambio en la situación.

El proceso de facilitar comunidades de jóvenes que luchen contra la trata en mi ciudad me ha enseñado a:

o   Entender que el propósito de todo siempre son las personas. En un ecosistema que constantemente pregunta por números y resultados, es inevitable llegar a pensar que las personas son secundarias. Numerosas veces en concursos de emprendimiento social me han dicho que luchar contra la esclavitud no es viablemente económico. Y yo sé que no lo es, pero no por ello voy a dejar de hacerlo, porque sé que decidir no mirar para otro lado puede determinar la vida de miles de mujeres que son obligadas a prostituirse cada día en España.

o   Perseverar en la dificultad. El reto de trabajar bajo mínimos esperando ver resultados grandes me ha hecho apoyarme en mis compañeros y compañeras de causa. Los resultados que han salido de épocas duras no siempre han sido lo que yo esperaba, pero siempre han beneficiado la vida de otros. Y eso es más que suficiente.

o   Trabajar siempre acompañada. En palabras de uno de mis escritores favoritos sobre liderazgo: la habilidad de un grupo de personas para conseguir cosas remarcables reside en la habilidad del grupo para trabajar en equipo. Y yo creo firmemente que no es necesario tener un talento especial para crear, dinamizar, facilitar o dirigir comunidades…lo más necesario es gente dispuesta a comprometerse…y eso es exactamente lo que más escasea.

Estoy segura, de que este aprendizaje es parte de la historia de muchos y muchas de los que estáis aquí, porque estas son cosas que sufre toda persona que se ha comprometido de forma seria con una comunidad. Por eso, sé que también podéis identificaros con los retos y dificultades que hemos enfrentado a causa de emprender proyectos de este tipo.

o   Falta de apoyo institucional. La falta de conciencia sobre el problema de la trata de personas hace que las instituciones sean indiferentes ante cualquier proyecto que toca esta temática. No puedo contar las veces que me han dicho representantes de diferentes instituciones públicas: yo apoyo tu labor, pero no me puedo involucrar con ella de forma activa porque es peligroso hablar de sexo en un instituto. Esto, ha hecho que la lucha muchas veces se haga dura, pero desde luego no es una excusa para dejar de pelear y de hacer lo que es correcto.

o   Incompatibilidad con el planteamiento de lo que hoy en día se considera trabajo. La intervención social hoy en día no es un trabajo. Ayudar a otros es una sección de la vida social a la que le llamamos voluntariado. Y esto, dificulta que podamos dedicarnos a tiempo completo a iniciativas que pueden marcar la vida de generaciones enteras. Creo firmemente que sólo con persistencia y con la voluntad de fomentar la solidaridad en las comunidades a cualquier precio, las siguientes generaciones tendrán el privilegio de poder tener una vida de servicio que vaya más allá del voluntariado.

Creo que los problemas que planteo son limitaciones. Pero un límite no debería ser nunca una excusa para no defender lo que es bueno y además justo. Sólo pasando por encima del obstáculo podremos legar a entender:

Que todo empieza por nosotros, con instituciones que nos apoyen o sin ellas, y que el simple hecho de comenzar y de movilizar a quien está a nuestro lado, genera cambios en nuestros entornos más cercanos…y también fuera de ellos. Recuerdo como hace 1 año, varios estudiantes de mi facultad comenzamos a difundir la iniciativa de la ONU, He For She, con el fin de educar a niños y niñas en equidad de género. Los meses pasaron y cada vez se hacía más difícil avanzar por diversos motivos…llegamos a plantearnos si realmente tenía algún sentido continuar con esa iniciativa que traía más problemas que beneficios. Al poco tiempo empezamos a recibir mensajes de estudiantes en otra ciudad en España, que, inspirados por la iniciativa, habían decidido replicarla en su ciudad. Compartimos recursos con ellos…y aunque empezaron con nuestro ejemplo hoy tienen tres veces más relevancia en su comunidad de la que nosotros tuvimos. Esto me hizo entender que el esfuerzo nunca es en vano y que el ejemplo inspira a quienes tengo alrededor a ser y hacer cosas más grandes incluso de lo que yo llego a imaginar. Evidentemente, ellos podrían haber desarrollado la iniciativa sin nosotros. Pero sentir que fuimos un motor que ayudó a construir esa comunidad no sólo enriquece nuestra experiencia sino la de aquellos que están a nuestro alrededor. Gracias a experiencias como esta, sé que cualquier esfuerzo que hagamos hoy beneficia a las generaciones siguientes.

Como decía antes, este trabajo colectivo, tarde o temprano va más allá de lo social y político, generando cambios en todas las esferas, e incluyendo al mercado de trabajo, que al final es uno de los mayores espacios en los que el individuo se desarrolla hoy en día.

En el marco del trabajo que queremos desarrollar con mi equipo en España con mujeres supervivientes a la explotación sexual, propongo el trabajo comunitario como la herramienta para que la fraternidad y la solidaridad sean actitudes que den forma al mercado de trabajo, proporcionando oportunidades para que todo el mundo tenga acceso a un empleo de forma digna y que garantice sus derechos fundamentales.

Sé que no estoy dando ninguna clave revolucionaria que no conocierais antes. Sin embargo, me parece importante ahondar en este tema, porque la comunidad es un elemento que raras veces logramos poner en acción como agente de cambio. Hace unos meses, tuve la oportunidad de vivir en Rumanía y trabajar en una casa refugio para sobrevivientes de explotación sexual. Lo que más captó mi atención fue que la adaptabilidad de estas mujeres a su nueva vida fuera de la prostitución fue promovida por una comunidad solidaria y facilitadora. Una comunidad que les permitía trabajar en el campo en lugar de en la prostitución comprando sus productos, una escuela que recibía a menores obligadas a prostituirse con los brazos abiertos en vez de juzgarlas, una iglesia que les abría las puertas sin cuestionar su pasado. El resultado de esta comunidad inclusiva fue el de un refugio con mujeres socialmente integradas y adaptadas a su entorno educativo, social y laboral.

Esta experiencia en un pueblo pequeño de Rumanía me transmitió la esperanza que me faltaba para creer que un cambio así en mi ciudad también es posible y que toda comunidad que pone la ley y la educación a su servicio es capaz de lograr cambios sociales remarcables. Me gustaría finalizar invitándoos a que construyamos juntos en este encuentro estrategias que nos permitan facilitar comunidades más solidarias para poder volver e impactar nuestras ciudades.

Me siento muy privilegiada por estar rodeada hoy de personas que entienden lo que es un liderazgo centrado en personas y no en números. Por esto quiero animaros a continuar esforzándoos en crear estas comunidades con apoyo o sin él y a seguir estando dispuestos a recorrer siempre la segunda milla. Si en algún punto del camino puedo serviros, estaré encantada de hacerlo y de poder generar diálogos con vosotros a lo largo del día. Gracias por escucharme.